El sistema prescribe, por ejemplo, cuáles son los animales que pueden ser consumidos por los practicantes: los cuadrúpedos rumiantes y con pezuñas hendidas, vacunos, ovinos, caprinos, y también el ciervo, siempre y cuando todos ellos hayan sido faenados según las leyes judías.
Este faenamiento parte de la intención de no consumir la sangre de los animales, por eso una vez muertos son tratados mediante un proceso de salado y remojado tendiente a eliminarla. Nada de carne jugosa ni de roast-beef en la mesa judía. Tampoco cerdo ni caballo, de consumo prohibidísimo.
En cambio se permiten todas las aves menos las rapaces. Entre los pescados, sólo aquellos que tienen aletas y escamas. No al bacalao, congrio, pez gallo o elefante. Tampoco se pueden comer mariscos.
Un aspecto importante de esta normativa indica que no se deben comer carne roja y leche o derivados de la leche en un mismo plato. Un ortodoxo jamás probará pollo o carne a la crema. Incluso existen mandatos que rigen el tiempo que debe transcurrir entre el consumo de una y otra preparación. Y hasta se utiliza vajilla separada.
Los utensilios dedicados a la carne no se juntan con los de la leche, tampoco los cubiertos ni las cacerolas. Esto explica por qué en la casa de un religioso hay doble vajilla (y aun una tercera para las fiestas de guardar) y la superposición de manteles, alejando aquellos sobre los que se comió una u otra comida.
La manteca y la crema de origen animal se reemplazan por margarina y se admite la combinación de pescado con leche, porque esta carne no tiene restricciones.
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