Los frutos de este arbusto vienen de la India, de China, de Indonesia, de Ceilán, de Sumatra. Los principales consumidores son, sin embargo, los países árabes. Para un árabe gourmet el café sin el aroma del cardamomo en grano (o recién molido) es inimaginable.
Los mejores curries indios, deben contenerlo. Por ello, si usted compra un curry preparado que adolezca de cierta melancolía (o porque sus 23 especias no sean de la mejor calidad, o porque en los largos viajes haya envejecido y perdido potencia) nada mejor que mezclarle polvo de cardamomo: parecerá recién molido. El cardamomo, como se verá, es -gastronómicamente hablando- hermano del jengibre. Si usted quiere ese curry algo más agresivo, agréguele jengibre y cardamomo molidos.
Ese mismo polvito sirve para aromatizar felizmente el té del desayuno; para otorgar generosos efluvios a cualquier postre; para sustituir ventajosamente la canela en el arroz con leche: para perfumar cualquier paté.
Y, milagrosamente, a pesar de que giman los escoceses, mejora cualquier whisky. En todos los casos, las proporciones a usar deben ser prudentes. Una pizquita de polvo de cardamomo en el vaso de whisky: una cucharada de té para una torta. ¿Cualquier torta? Claro. En Escandinavia lo entienden, sabiamente, así.
En Dijon, célebre no sólo por su mostaza sino por sus medievales panes de especias, o panes especiados, se lo usa acompañado por el coriandro, la canela y el anís. En España e Italia, se utiliza para enriquecer la miel de abejas. Debe estar en el arroz pilaf y su fragancia mejorará cualquier comida del lejano oriente.
Conviene comenzar la prueba casera con el café. Esta infusión permite apreciar perfectamente las virtudes del cardamomo.
Comentarios sobre este artículo (0)