Más de tres mil años antes de Cristo, los egipcios, excelentes panaderos, construyeron un modelo a leña, con apertura superior, hasta que los griegos, hacia el 1700 a.C., perfeccionaron un modelo con la puerta lateral, lo que mejoró su eficiencia.
A lo largo de la Edad Media, cuando solo había un horno en los pueblos, cada familia tenía su propia marca, en madera o metal, para marcar su pan crudo, de modo que cada pieza horneada y dorada era devuelta a su legítimo dueño. Una hermosa tradición de la heráldica popular humilde.
Historia del horno, pequeño e ingenioso
El primer proyecto de horno documentado es alsaciano y data de 1490, con una construcción ad hoc en ladrillos y baldosas cerámicas refractarias. Sin embargo, será necesario esperar hasta el siglo XVIII para tener un instrumento de fácil uso en casa. El belga François de Cuvilliés, nacido en 1695, era muy pequeño de estatura y de aspecto feo, por lo que el príncipe elector de Baviera lo tomó a su servicio a los trece años como… enano de la corte. Pero logró demostrar su talento y se convirtió en un arquitecto famoso. En 1735 desarrolló en una de las mansiones que diseñó, el milagroso fogón Castrol (cazuela destrozada, olla en francés), con fogón cerrado y y una placa encima, capaz de calentar el ambiente y el agua con un solo tronco de leña y que ofrecía una superficie de cocción directa y un fantástico horno. Una auténtica revolución.
Gas, electricidad, microondas
Incluso Benjamín Franklin, el inventor del pararrayos, probó suerte en una estufa, utilizando materiales metálicos, y también el siglo XVIII es el siglo de los hornos de hierro fundido, aptos para resistir altas temperaturas. Con la era industrial las propuestas se multiplican: las estufas de leña y carbón se sumarán a las de gas. Las primeras cocinas eléctricas con su horno aparecieron en la década de 1920 y la invención del microondas, debido a que al ingeniero Percy Spencer se le derritió una barra de chocolate en el bolsillo de su pantalón mientras trabajaba en un radar de combate, data de 1946.
En la emergencia del reciente lockdown, se sintió la necesidad de redescubrir gestos ancestrales, de amasar el pan con nuestras manos para nosotros y para nuestros hijos, y el horno, en sus nuevas variantes tecnológicas, se ha convertido en protagonista como un una vuelta de rosca de un atemporal y reconfortante ritual.
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